Aparentemente se inicio en las lides en 1825, en la Cruzada libertadora, tendria 17 años, algo bastante comun para la epoca.
Heroe de la Guerra Grande. Coronel de las fuerzas al mando de Rivera en el Sitio de Montevideo, peleo contra Oribe, Murio al ser atravesado por un rebote de bala de cañon que le volo los intestinos.
Vimos la bala y su boina roja, en el Museo Historico Nacional, c.1994. Peleo con Garibaldi en esa epoca, a pesar de que por un recorte, adjunto aqui, no parecian llevarse bien.
(Los graficos son de “Anales de la Defensa de Montevideo”)
Montevideo. Julio 8 de 1843.
Mi coronel Marcelino,
valeroso guerrillero,
oriental pecho de acero
y corazón diamantino:
todo invasor asesino,
todo traidor detestable,
y el rosín más indomable
rinde su vida ominosa,
donde se presenta SOSA,
¡y a los filos de su sable!
http://milton.schinca.tripod.com/images/guerra.pdf.
El amanecer de una ciudad sitiadaEse día la gente madrugó. Desde temprano de la mañana todo Montevideo está soliviantado. El vecindario entero se ha volcado en las calles. En todas las esquinas, en todos los cafés, hierven los comentarios inquietos de hombres y mujeres. Los puntos más elevados de la ciudad se ven coronados por grupos de gente que no cesa de escudriñar a la distancia con ansiedad. No hay ninguna azotea, ningún balcón, donde no se apiñen racimos de vecinos expectantes.
Todas las miradas convergen en un mismo punto: el Cerrito de la Victoria, esa elevación agreste enfrentada a la ciudad apenas a tiro de cañón.
Todos saben qué va a ocurrir allí de un momento a otro. Se lo espera desde el día anterior, pero, sorprendentemente, esa jornada ha transcurrido sin novedad alguna. Sin embargo, nadie se hace ilusiones: lo irremediable sucederá, casi seguramente hoy. A una hora que todos quisieran anticipar, aparecerá en el Cerrito el despliegue amenazador de un ejército temido. Los vecinos verán emplazarse refulgentes cañones, la tropa de línea tomará posiciones, desplegará banderas, hormigueará entre los altibajos del terreno. Es el ejército del General Oribe, que viene a ponerle sitio a Montevideo en este día transparente del verano de 1843. Es el 16 de febrero.
A las 11 de la mañana, el vecindario de Montevideo se agita en súbita marejada: acaba de divisarse en el Cerrito dos soldados tan sólo, dos centinelas seguramente, como anunciando que llegó el momento esperado. La tensión aumenta dentro de muros. Pero habrá que esperar hasta las 4 de la tarde para ver aparecer una columna entera de infantería que de inmediato toma posiciones, y emplaza sin demora seis piezas de cañón mirando a la ciudad. Montevideo enmudece, sobrecogido.
A manera de saludo sombrío, a la vez que amenazador, esos cañones disparan una salva de veintiun detonaciones. Con una salva igual le contesta desde el puerto la escuadra de Rosas, anclada en la rada exterior. Ha comenzado oficialmente el sitio. Nadie imaginó entonces cuánto iría a durar.
Ciertamente, el inicio del Sitio no tomó de sorpresa a Montevideo: desde varios días antes la ciudad venía preparándose. En la víspera misma los vigías del atalaya del Cerro habían divisado al ejército de Oribe desplazándose a lo lejos, ya a pocas jornadas de Montevideo. Entonces los preparativos de la ciudad se volvieron febriles.
Las trincheras no estaban todavía concluidas: quedaban partes sin zanjas y sin muros de protección. De apuro se mandan demoler algunas casuchas próximas, y los mismos soldados se pasan los ladrillos de mano en mano para apurar el trabajo. Ese mismo retraso generó en la ciudad fundados temores: era previsible que Oribe quisiera aprovecharlo y entonces apresurara la marcha e iniciara de inmediato el ataque.
A las 10 de la noche de aquella víspera, el Comandante General de Armas de Montevideo, previendo esa eventualidad, mandó tocar generala para probar el temple y la eficacia de sus tropas. Por lo que se sabe, todos acudieron puntualmente a sus puestos asignados y el despliegue se cumplió con toda normalidad. Fue un mero simulacro, pero permitió comprobar que todo estaba a punto en el dispositivo defensivo de la ciudad.
Pero eso fue anoche. Hoy, 16 de febrero, ya no caben más simulacros: el Sitio se ha instalado y es ahora una palpable y dramática realidad. El Gobierno colorado de la Defensa lanza una proclama:
"El Ejército de Rosas está delante de esta Capital. El Gobierno cuenta con el patriotismo de sus habitantes: reposa en él y espera en la victoria. Desde este momento, todos los ciudadanos y habitantes llamados al servicio militar, deben estar en sus puestos".
Llegó la noche, y el clima de esa noche fue solemne. Se esperaba un ataque fulminante del ejército de Oribe, sacando partido de su superioridad numérica. Siete mil hombres de las tres armas componían el ejército sitiador.
Teóricamente eran seis mil los de Montevideo, muchos de ellos improvisados, meros civiles sin experiencia militar alguna y adiestrados de apuro. Mientras, completando por mar el cerco, la escuadra del Almirante Brown bloqueaba el puerto.
Durante toda esa noche el ejército montevideano permaneció con las armas empuñadas junto al muro de la ciudad. A lo largo de las horas no se escuchaba sino el "¡Alerta!" que daban cada tanto los centinelas. Fueron momentos sobrecogedores, en que Montevideo contuvo la respiración, esperando el ataque de un momento a otro.
Pero el ataque no se produjo. Cuando comenzó a clarear, los centinelas montevideanos no daban crédito a sus ojos: el ejército de Oribe había desaparecido. Intrigados con tan insólita novedad, los jefes montevideanos dispusieron de inmediato una exploración por la zona del Cerrito, misión para la cual fue destacada una partida de caballería al mando del Coronel Faustino Velazco.
Llegaron hasta el Cerrito mismo sin encontrar nada.
Por su parte, el Comandante Marcelino Sosa, con 80 hombres, extendió la exploración más lejos todavía, por ser Sosa un excelente conocedor de aquel paraje de quintas, montes, callejas cortadas, cercados y zanjas. Esta columna colorada encontró a un grupo de soldados enemigos, que le salió al cruce. Tras un breve combate, Marcelino Sosa los dispersa, tomando algunos prisioneros. Es la primera acción bélica del Sitio Grande.
Nadie pudo explicarse en Montevideo por qué razón el General Oribe, contrariando todas las previsiones, no descargó esa noche una acción fulminante, prefiriendo retirarse a nuevas posiciones cuando tenía todas las de ganar. La ciudad recién sitiada respiró con alivio.
Así se vivió en Montevideo aquel primer día dramático y cargado de tensión. Lo que nadie podía sospechar entonces era que en ese desconcertante y angustioso 16 de febrero de 1843 se había inaugurado un Sitio que habría de durar la friolera de nueve años; el más prolongado, ciertamente, de los varios que debió soportar nuestra ciudad.